lunes, 14 de julio de 2014

Palacio da Penna (Sintra)

Hoy, como en otras ocasiones empiezo este relato con unos versos, en esta ocasión con dos poetas de nuestro romanticismo, pronto entenderéis el porque.

                                     Mientras sintamos que se alegra el alma
                                     sin que los labios rían;
                                     mientras se llore sin que el llanto acuda
                                     a nublar la pupila;
                                     mientras el corazón y la cabeza
                                     batallando prosigan;
                                     mientras haya esperanzas y recuerdos,
                                     ¡habrá poesía!
                                                Gustavo Adolfo Becquer

                       Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños;
                       sin ellos ¿como admiraros, ni como vivir sin ellos?
                                                  Rosalia de Castro

Salimos temprano para dirigirnos a la bella ciudad de Sintra, Patrimonio de la Humanidad, después de un corto viaje en tren nos encontramos en una ciudad como sacada de un cuento, a esas horas tempranas ya derrochaba turistas por todos sus rincones y los vendedores de recuerdos y baratijas ya se encontraban apostados en la subida a la espera de vender su mercancía convenientemente distribuida en un pretil sombreado en el margen derecho de la carretera sinuosa que asciende al Palacio da Penna, Palacio de la Peña en español, lo aclaro por la confusión lingüística que puede surgir de la palabra "penna".

En esta visita el Palacio se encontraba en tareas de restauración y pintura. Aún así la visita resulta magnifica, dispuestos a pasar el día en él, habíamos adquirido unos bocadillos y agua y nos dispusimos a recorrer algunos de los senderos que lo rodean, no todos, porque en una visita de un día seria casi imposible, tiene aproximadamente 70 Km, senderos rodeados de especies traídas de todos los continentes por el rey Fernando II.
El Palacio tiene las paredes exteriores pintadas de rosa y amarillo, es de un estilo ecléctico muy del gusto de los románticos y esta construido sobre las ruinas de un antiguo monasterio jerónimo.
En la entrada principal destaca la figura de un tritón humanizando, con corales esculpidos en la roca que surgió de la mente del rey Fernando de Sajonia, que quiso fundir los cuatro elementos, tierra, aire, fuego y agua en este personaje.

La mezcla de estilos arquitectónicos, los colores, los azulejos hispano-árabes y sus torres en arquitectura morisca-mudéjar confieren en su conjunto un castillo de cuento, de princesas y como no, de amor romántico.

El Palacio fue ocupado hasta el 1910, su historia seria larga de relatar y solo os contare la parte romántica, la que deriva de Don Fernando de Sajonia, el llamado rey artista, que vaya si lo era!, el es el artífice de gran parte de este lujo, de este cuento, aquí pasa largas temporadas junto con su esposa, la reina Maria II, en unos aposentos magníficamente decorados y de un lujo extremo, propios de la realeza y del gusto de la época, todas las dependencias son visitables y podréis comprobar por vosotros mismos como vivían los reyes en aquella época. Don Fernando tiene una amante, o quizás mejor dicho, su amor más romántico es para Elise Hensler, una cantante de opera que por aquellos tiempos cantaba en el Teatro San Carlos, en el barrio de Chiado en la cercana Lisboa, como es lógico en las historias de amor, los amantes quieren estar juntos y el rey manda construir un chalet, cercano al Palacio, por eso de tener cerca a su amor romántico, a la misma vez que una maraña de senderos plagados de parterres, bancos tallados en roca, y multitud de rincones sombreados, que invitan a la charla pausada, al beso furtivo, al abrazo apasionado y a la ensoñación arrullados por el ruido de estanques, fuentes y pequeñas cascadas.

Como todo tiene sus símbolos y sus interpretaciones en un estanque hay dos cisnes blancos y en otro separado por una suave cascada dos cisnes negros, vosotros interpretarlo como queráis. La cosa es que aquí vivieron sus amores unos reales y otros "prohibidos" amparados por una variedad de flora que proporcionaba un espectáculo cambiante en cada época del año.
La reina fallece en 1853, y el rey ya libre pasados unos años contrae nupcias con Elise, que pasa ya a ocupar las dependencias reales del Palacio, muerto el rey, se levantan las controversias entre el pueblo portugués y para acallarlas el rey Luis adquiere el Palacio y parte de los jardines, dejando, eso si, el chalet a Elise, condesa desde su matrimonio con Fernando II, y que ahora conocemos como Casa de la Condesa y que dista para los curiosos, unos 800 metros del Palacio da Penna.
Dando por finalizada la visita, no del todo completa, pues dejamos muchos rincones sin ver, debido a la magnitud del entorno, descendimos por la carretera sinuosa que antes habíamos subido en autobús, para perdernos por las calles de Sintra y disfrutar de sus tiendas, terrazas y de un jardín algo menos romántico, o quizás no?

                                        Más allá de su limite prescrito,
                                        sediento, avanza, audaz, el pensamiento,
                                        y tu origen, tu vida, tu elemento,
                                        menos alcanzo cuanto más medito.
                                                                              Carolina Coronado

domingo, 13 de julio de 2014

Lisboa 1ª parte.

...Paso por una calle y estoy viendo en la cara de los transeúntes, no la expresión que realmente tienen, sino la expresión que tendrían para conmigo si conociesen mi vida, y como soy yo, si se transparentase en mis gestos y en mi rostro la ridícula y tímida anormalidad de mi alma. En ojos que no miran, sospecho burlas que encuentro naturales, dirigidas contra la excepción inelegante que soy entre un montón de gente que hace y goza: y en el fondo supuesto de fisonomías que pasan, carcajadas de la tímida gesticulación de mi vida. Fernando Pessoa.

He llegado a Lisboa a primera hora de la mañana, con la ciudad ya despertada y con mi cuerpo entumecido después de haberme pasado siete horas en un asiento de clase turista intentando conciliar el sueño entre la rigidez y el traqueteo continuo del vagón, a estas horas tan tempranas la estación de Santa Apolonia es un continuo ir y venir de viajeros habituales y de turistas que con sus mochilas y maletas de colores chillones llegan o se alejan de la ciudad.

Tomamos un café, que nos resucita en un pequeño establecimiento al lado del Museo Militar, pulcro, el camarero se afana en ir limpiando cualquier resto del anterior servicio, y cuyas vitrinas transparentes nos permiten descubrir como pueden convivir las latas de bebidas, las frutas, los dulces y los bocadillos en perfecta armonía, expuestos a las miradas ávidas de los allí presentes, aprovechando la conexión wiffi, busco la ubicación del residencial donde pernoctaremos. Nos disponemos a afrontar nuestro primer día en la ciudad con la necesidad de una ducha y despojarnos de la incomodidad de nuestra carga. Después de una larga caminata en sentido ascendente y dando un pequeño rodeo con el consiguiente sufrimiento de mi acompañante, cuya maleta brincaba por el adoquinado de las aceras, vistoso, pero muy irregular debido al paso del tiempo y a las raíces de los arboles aledaños que lo han ido deformando creando pequeños montículos que entorpecen el arrastre de la maleta.
Una ducha, cambio de ropa y empieza la aventura, nada programado, ir donde nos lleven nuestros pasos, ese es el objetivo del primer día, descubrir por primera vez todo aquello que se nos ponga al alcance sin que en nuestros ojos exista una visión de alguna guía turística.
Descendemos por la avenida del Almirante Reis, ruidosa, con bastantes establecimientos cerrados y algún que otro edificio en un estado deplorable, a la altura de Intendente nos empiezan a aparecer los primeros carteles de los lugares que en teoría deberíamos de visitar.

Tomamos una cerveza mientras decidimos que es lo que queremos ver, aprovecho el frescor del establecimiento para escribir una postal, y añadirla a este blog y en un pequeño homenaje a la anterior entrada.

Decidimos subir al Castelo de San Jorge, con lo que nos perdemos en un entramado de calle estrechas y en sentido ascendente, muchas de ellas con escaleras que facilitan en cierta manera el ascenso y el cansancio de los que no estamos acostumbrados a subir tanto. Me voy fijando en los balcones, con su ropa tendida, como gritando su pena, con fados desconsolados. Los retratos de antiguos moradores me permiten descubrir su pasado en una galería fotográfica imprimida en las fachadas de las calles sombreadas por su estrechez.

Pequeños establecimientos de bebidas y de recuerdos nos invitan a hacer una parada para refrescarnos en diminutas terrazas a pie de calle y observar a los turistas que al igual que nosotros instantes antes deambulan por las callejuelas, sudorosos.
Entramos en el castillo, después de hacer una larga cola, rodeados en su mayoría por ciudadanos asiáticos y previo pago de la consiguiente entrada. El castillo defendía la antigua ciudadela y se encuentra magníficamente conservado, buscamos los rincones que nos parecen mas interesantes para fotografiar la ciudad que ahora tenemos a nuestros pies, observándola tranquilamente desde las almenas sombreadas por olivos, al fondo el puente 25 de Abril que atraviesa las aguas del Tajo.
Concluida la visita nos disponemos a bajar lo subido, esta vez de una forma mas comoda aprovechando uno de los varios ascensores que comunican la parte alta con la baja y que se encuentran repartidos por la ciudad, comemos en un pequeño establecimiento el "prato do día", rodeados de libros antiguos que hojeamos con curiosidad mientras esperamos nos sirvan, una antigua librería reconvertida en casa de comidas, curiosa y acogedora, a la par que instruida.
Repuestas las energías continuamos hacia la Se Catedral, pasando por la fundación Jose Saramago, desde mi posición terrenal sigo contemplando los balcones, el entramado de cables, los baldosines con sus figuras geométricas y repetitivas en un añil marinero que mira al Tajo produciendo destellos de luz al atardecer.
Desde otro mirador contemplo una estampa curiosa que habla por si misma de las variables formas de obtener ingresos para viajar.
Seguimos andando, perdiéndonos en una ciudad de una forma virginal, la ciudad se nos esta descubriendo, la estamos contemplando por primera vez, nos esta grabando en  nuestras retinas imágenes nunca antes contempladas, es una delicia observar todo por primera vez. Descendemos hasta el Terreiro do Paco, donde el bullicio de los turistas se mezcla con el de los habitantes en una plaza amplia, enorme, y donde desentona de una forma grotesca la pantalla y el escenario colocado para seguir a la selección de fútbol y que ahora se encuentra vació rompiendo con su color rojo la magnifica estampa de esta plaza Pombalina donde el arco de la Vía Augusta nos  introducirá en sus calles comerciales perfectamente diseñadas y reconstruidas después del terremoto y posterior sunami de 1755 por el Marques de Pombal, estamos en la Baixa, una de las zonas mas comerciales de Lisboa.
El día de paseo y el calor esta ya haciendo mella junto con la noche pasada en el tren, con lo que decidimos recogernos optando por no caminar mas nos subimos a uno de los innumerables tranvías que discurren por la ciudad para dirigirnos a nuestro alojamiento.
tomamos unos "sandes" en un pequeño bar, también con su barra acristalada y compartimos mesa con un anciano solitario que nos invita a compartir su cena, "obrigado".
Mañana sera otro día.

domingo, 6 de julio de 2014

El cartero, ya no llama.

                                                                                  6 de julio de 2014

Estimados lectores: Como siempre deseos que os encontréis felices, yo he estado ausente durante unos días, digamos que he estado invernando en mi interior, suelo hacerlo de vez en cuando, es como una parada técnica.
Contaros que las ultimas noticias que han llegado a mi por los diferentes medios que suelo consultar me han llevado a esto.
Hoy, me he preguntado: ¿donde están esas cartas con su sello y matasellos?
Hacía tiempo que yo particularmente no escribía una carta y lamentablemente a mi buzón ya solo llegan recibos, avisos de cobro y propaganda variada.
Hemos avanzado tanto en la comunicación instantánea que creo que se nos va a olvidar sujetar un bolígrafo entre los dedos.
Ahora todo se escribe en una pantalla y se reduce a unas frases cortas, llenas de emoticonos, que a su vez sustituyen la descripción de nuestros sentimientos con la perdida consiguiente de nuestra capacidad lingüística.
Yo, particularmente, a veces, no se lo que me escriben y confundo palabras inteligibles con marcas comerciales que desconozco.
Aún están en mi tarro de recuerdos esas cartas contándome lo acaecido a mis amigos lejanos en los últimos días, esas cartas de agradecimiento o comunicación de un asunto importante, o esas cartas de amor, escritas en esos folios coloreados de forma suave y que al trasluz dejaban entrever unos paisajes románticos, suavemente perfumadas y en sobres acordes al contenido. Esas postales que llegaban desde diferentes puntos del mundo con sus monumentos emblemáticos estampados y que al dorso apenas podíamos leer lo que ponían debido a la escritura abigarrada y al consiguiente matasellos que había emborronado parte de la escritura.

No, ya no hay que esperar al cartero, atrás quedo esa ansiedad de padres, amantes, amigos. Ya no se pregunta, ¿hay carta?

El oficio de cartero desaparece, porque ya no escribimos, ya no nos escribimos en un folio.
Cuando fue la ultima vez que recibisteis carta de un amigo, de un amor, de un familiar.
¿Habéis probado a escribir una carta de amor por wasapp?
¡Os, reto!, podéis añadir emoticonos.
Sabéis, yo una vez lo intente.
La pantalla del móvil se me quedaba pequeña, me perdía al repasar lo escrito.
A la misma vez que escribía, me estaban entrando otras conversaciones que hacían zumbar el teléfono y perdía la concentración y el pulso.
El texto predictivo, si no me fijaba bien, añadía palabras que no quería poner.
Y había algo que yo no podía comunicar, el carácter único de mi escritura, la forma con que escribo determinadas letras, mi firma.
En realidad mis sentimientos llegarían al instante, es cierto, tras un ligero zumbido, o unas breves notas musicales, pero ya no se guardarían en una caja, o en el fondo de un cajón, para releerlos en las ausencias, quedarían olvidados en el maremágnum de conversaciones, en el mejor de los casos, o borrados porque la capacidad del teléfono es insuficiente para tantas conversaciones.
Desistí.

Ahora, tampoco se envían postales cuando vamos de viaje, antes nos acercábamos a cualquier establecimiento turístico nada mas que llegábamos para escribir: "Hemos llegado bien, esto es muy bonito, el hotel bien, ya os contaremos al regreso, aquí ya no entra mas." y firmaba el cabeza de familia, la madre, y toda la prole, porque claro, el destinatario tenia que ver que el niño ya sabia escribir, o al menos firmar y que estaban todos allí. Ahora mandamos un montón de fotos y caritas sonrientes, saturando la memoria de nuestros móviles.
Y cuando queríamos comunicar algo urgente, solo era posible a través de los telegramas.
Los telegramas siempre producían un estado de ansiedad indescriptible, y más si el servicio de correos no te había localizado en casa y te dejaba una nota comunicándote la llegada del telegrama que deberías recoger en la oficina correspondiente. Tu te encontrabas en un sin vivir esas horas previas.
Yo, una vez mande uno, ahora lo recuerdo con una sonrisa, era tal la necesidad de comunicar mis sentimientos a una chica, que no pude esperar a que regresara de un campamento, si le escribía una carta, cuando llegara ella ya estaría de vuelta, y lo más rápido para la urgencia de mis palabras era el telegrama. Luego me contaría, que nada más recibir el telegrama se vio rodeada de monitores, por eso, de que los telegramas producen ansiedad, el caso es que en este solo ponía un "te amo", pegadito en una tira de papel, intenso y a peseta la palabra, mas los cargos postales.

Lo curioso es que mi agenda, ahora se compone de números de teléfono y direcciones de correo electrónico, ya casi no hay direcciones postales.
No estoy en contra de la tecnología, tan solo echo de menos la sensación de sujetar un folio entre las manos escrito con cualquier bolígrafo. Echo de menos al cartero, al que yo he contribuido a despedir y echo de menos tener en un cajón sobres suavemente perfumados.

Gracias querido lector, me despido de ti atentamente, con un fuerte abrazo, a la espera de tus noticias.