jueves, 3 de abril de 2014

2 de abril

La tarde la pase medio en clausura, salvo una visita que hice al comercio del pueblo, después de callejear, era este antiguo, con mas de 100 años según me constato la señora que lo regentaba, de esos comercios que recordaron mi niñez, cuando visitaba a mis abuelos allá por tierras leonesas, un "colmado" que así se llamaban, un mostrador de madera todo corrido, estanterías también de madera al igual que el techo, y todo repleto, donde convivían en apacible espera las manzanas con los tornillos, los cubos y regaderas con los dulces, el alambre y las sogas con el embutido, amen de otras quincalleras varias que apoyadas en el mostrador reposaban en el suelo de baldosas, o bien pendían de la techumbre, una estufa de gas caldeaba el ambiente a falta de clientes y el par de sillas esperaban pacientes los cotilleos del vecindario.
El refugio resulto muy acogedor y no eche nada en falta, pues tenia de todo en humildad y sencillez, inclusive y para mi sorpresa una taza de desayuno igual a la que yo utilizo en casa, con lo cual me sentí agraciado.
El descanso fue cómodo y reparador, y el desayuno caliente y animado y en taza conocida.
Debido a las intensas lluvias me vi obligado a modificar mi ruta con el consiguiente aumento de kilómetros y el desasosiego de no conocer en su esplendor primaveral la dehesa salmantina, teniéndome que desplazar por la carretera que une San Muñoz con Tamames, que si bien discurre entre dehesas era asfalto lo que pisaba, iba un tanto pensativo, pues algo creía haber olvidado y no recordaba, casualidad fue que girando a la derecha me encontré en
y recordé: la toalla no iba en la mochila y la barba seguía en mi cara, con lo cual recordado el olvido y el peso quitado, continué, viendo los regatos crecidos y los prados verdes.


Los mansos y los bravos, pastaban indiferentes a mi paso y a la lluvia tímida en principio, que iba acompañando mi marcha.


Llegue a Tamames, y no pare, pues habiendo desayunado copiosamente y caliente, mi estomago no sintio necesidad, a pesar que algún que otro aroma me dio,  a guiso y a fritanga.
Continué por la carretera que une Tamames con Aldehuela de Yeltes y mas en concreto, con la Ermita del Santo Cristo de la Laguna, fuera por los kilómetros o por tener en nariz todavía el aroma a guiso, transcurridos unos cuantos y viéndome en un puentecillo que me invitaba a parada y tiento a la bota le hice los honores y desprendiéndome de la mochila como es menester, me dispuse a lo portado, osease, sardinas y vino, que el embutido había que dejarlo para Portugal, disfrutando del arroyo recupere fuerzas.

La lluvia que había sido débil a partir de aquí, ya me fue mojando a placer, unas de cara, otras de costado, no tuvo tregua, con lo cual me aguante y seguí andando, ya habría tiempo de secarse.
Llegue a la Ermita, donde hice parada, escurrido y casi fonda. Escurrí ropa, repuse energías, con un menú variado, salami y chocolate acompañado de pan duro unos tragos a la bota y el reposo en el poyo de la ermita.
Rehechas las fuerzas y adecuada la ropa, observando un claro y el piar de los pájaros, me dije que debía de aprovechar la tregua y me lance por la bajada que une la Ermita con Aldehuela de Yeltes.

Poco me duro el claro, el trinar y el escurrido, a media cuesta otra vez la lluvia me calo, resignado continué los apenas dos kilómetros que separan ambos sitios, pare en un bar cuya chimenea humeaba, tome café, me seque, mientras observaba a los habituales como me observaban a mí. Secado en parte y con el café me dispuse a afrontar el resto de etapa, pues aun me distaban otros 10 km. hasta Alba de Yeltes, y no era cosa demorarse.
La lluvia de Abril, me volvió a mojar, el claro, también de Abril, a secar y así pase el camino entretenido ,entre mojada y secada. A unos dos km. creo que viendo el cielo que lo mio era monotonía, decidió templar-me de agua, con lo cual llegue a las primeras casas del pueblo calado, aprovechando el portalillo de las escuelas, solté mochila, me estire y dije al cielo que había llegado y que por hoy ya ni me lavaba.
En el bar cercano, pude localizar a Jacinto Martín, el "hospitalero", en cuyas manos me puse, y haciendo honor a su vocación, me atendió pronto y muy gratamente.
Emi, la del bar Goyo, me colmo de atenciones, a las que no me pude resistir, pues un buen chorizo con pan de pueblo, asentado, y unas cervezas hicieron las delicias de mi estomago hambriento.
La noche la pase fenomenal, dormí con cinco de los enanitos del cuento de Blancanieves, pues esa era la decoración del aula de infantil donde esta ubicado el Refugio, de Blancanieves, nada supe, pues despues de unas lecturas que me facilito Jacinto, caí rendido y dormido.

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